06 febrero 2016

Cuaresma, un cambio de corazón

“La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (MV 10)
“La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia (2Co 6, 2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: Nosotros amemos a Dios porque Él nos amó primero (1Jn 4, 19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta el punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar los cristianos”(1).
“La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (cfr 7, 18-19).

Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este tiempo de oración, ayuno y caridad: «Este es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y Él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan» (58, 6-11)” (2).
Iluminados por las palabras del Papa Francisco realizamos nuestra reflexión sobre la Cuaresma, como un momento de especial intensidad para rescatar y purificar en nosotros el don de la misericordia, para caminar por esta vía que trasciende y da sentido a muchas otras que vivimos y predicamos. La Iglesia debe vivir un deseo inagotable de irradiar misericordia en cada parte donde esté presente, y no de dejar que la experiencia del perdón se desvanezca de los corazones de los hombres.
El profeta Joel será el encargado de iniciar esta Cuaresma recordándonos que el Dios de la Vida, que es rico en misericordia y lleno de compasión por nosotros, nos convoca en este tiempo a un cambio de corazón.
El corazón es el órgano más importante de nuestro cuerpo. De él brotan las actitudes, los sentimientos, los valores que mueven nuestra vida. Por eso Dios quiere que, en estos días, examinemos nuestro corazón y dejemos que su Espíritu lo llene, para poder vivir como Él nos enseña y poder realizar el proyecto que había pensado para todos nosotros.
Un corazón que no sabe amar a Dios y como Dios, es un corazón endurecido, atrofiado, que va creciendo en la indiferencia que le impide descubrir al hermano que vive, siente, ama y sueña junto a él. Pero “Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad”.
Dios combate la indiferencia con la Misericordia. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre… Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret”.
En esta Cuaresma, el Papa Francisco nos invita a todos a contemplar el misterio de la misericordia, y descubrir en ella la fuente de la alegría, la serenidad y la paz. El grito de los profetas nos ayudará a descubrir la necesidad de una conversión del corazón, para que realmente sea Dios quien nos mueva, quien oriente y anime nuestras actitudes, sentimientos, valores, opciones… Un cambio de corazón, iluminado por la Palabra del Señor, que nos permita expresar en obras concretas la conducta que Dios nos propone como regla de vida, que nos permita salir “de nuestra alienación exitencial” y que nos permita reconocer a Cristo en el rostro del hermano que sufre en su cuerpo o en su espíritu.
Ez 36, 26-27
“Les quitaré del cuerpo el corazón de piedra y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes para que vivan según mis mandatos…”.
Por tanto, no vivamos la Cuaresma como un camino de dolor, de tristeza, negativo, sino todo lo contrario. Recorramos este camino con la alegría de aquel que experimenta la misericordia del Padre. Como un camino en el cual, cada uno de nosotros va a ir encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo, el único capaz de dar sentido a todas las cosas. Es un camino de búsqueda de Él, a través de todas las cosas, de manera especial de las obras de misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da de beber al sediento, en el fondo no simplemente está haciendo algo bueno o comportándose bien con alguien, sino que va mucho más allá. Está hablándonos de una búsqueda interior que nosotros tenemos que hacer para encontrarnos con Cristo, y tener la valentía, la disponibilidad y la exigencia personal para reconocerlo en todos los momentos de nuestra vida. En este encuentro experimentaremos y aprenderemos a vivir el gozo de la misericordia de Dios.

1 Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma 2015.
2 Misericordiae vultus, 17

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