09 marzo 2015

Lunes III de Cuaresma

RENOVACIÓN
2 Reyes 5,l-15a. En la Biblia, el agua va casi siempre asociada a la renovación. El agua purifica, apaga la sed, vivifica. En el segundo relato de la creación (Gn 2,4b-25), el autor señaló, en el centro del Edén, la presencia de un agua vivificante que regaba una tierra todavía árida. Sobre la tierra del exilio, el profeta Ezequiel soñó con un agua abundante que brotaba del templo de Jerusalén para fertilizar el desierto que rodeaba al mar Muerto. De igual modo, el general Naamán fue invitado a sumergirse siete veces en el Jordán para obtener la curación de su lepra. Más tarde, en los umbrales del Reino, Juan Bautista invitará a Jesús a meterse en el río para un bautismo que anunciaba la renovación en el Espíritu.
Salmo 41. Como un ciervo sediento, el salmista se halla en el vestíbulo del templo; tiene prisa por entrar y aparecer ante Dios para pedirle justicia.
Lucas 4,24-30. Después de su bautismo, Jesús entró en la sinagoga de Nazaret y leyó el pasaje de Isaías que anunciaba el año de gracia, confirmando a sus oyentes judíos el cumplimiento de las profecías. Pero Jesús no es acogido por los suyos. ¡Nadie es profeta en su tierra! Ni Elías ni Elíseo
fueron enviados a los israelitas, sino a la viuda de Sarepta o a Naamán el leproso. «Los paganos, que no tenían por meta una rehabilitación, escribirá Pablo, consiguieron una rehabilitación, la rehabilitación por la fe. Israel, en cambio, que tenía por meta una Ley rehabilitadora, no llegó a la Ley» (Rom 9,30-31).
Sobre el Salmo 41:
Vosotros que tenéis sed, que estáis secos,
venid a la fuente, subid hasta Dios.
Seguid al Hijo del Hombre hasta la cruz.
De su costado abierto brotará
el agua viva del Espíritu.

« Mi alma tiene sed del Dios vivo». La verdadera conversión se apoya en un gran deseo: conocer a Dios. Todo lo demás es egocentrismo sin horizonte. Naamán es un leproso, y sólo será curado cuando supere la obsesión por sanar y se abra al reconocimiento de Dios.

A este respecto, la simplicidad de los medios por los que Dios se revela y realiza su obra previene contra la tentación de fabricarse un dios «útil para todas las necesidades de la existencia». El Jordán no es más que un río, y el bautismo un baño de agua. La ingenuidad del simbolismo apela a la fe, sin la que no se daría nada. No se bautiza uno para acumular gracias útiles; se bautiza, simplemente, para encontrar al Señor y vivir de él. Fuente de un gran deseo…
Las palabras de Jesús en Nazaret están también marcadas por esta sencillez que desarma. No sólo Jesús declara ingenuamente: «Hoy se ha cumplido la Palabra», sino que se presenta como el que va a renovar la historia, aunque él sea un hombre entre los hombres. Un conciudadano.
En esto se apoya la gran renovación evangélica. Una fe anclada en el corazón y fundada en signos tan tenues como un hombre sin poder o el símbolo de un agua viva. Lo que Dios viene a renovar es el corazón del hombre. ¿Lo conseguirá frente a los maestros de Israel, que han edificado un sistema de leyes y ritos en el que el corazón, a la postre, no cuenta para nada? Hoy, y de un modo aún más banal, son los habitantes de Nazaret quienes se encogen de hombros. Pero basta con que Jesús les redarguya con las Escrituras para que su furor llegue al extremo de pretender acabar con él de una vez por todas.
«Pero él, pasando por en medio de ellos, siguió su camino». Camino de la cruz. El único por el que Dios ha encontrado paso para renovar el corazón del hombre.

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