03 febrero 2015

Liturgia 3 de febrero

Misa a elección:
Feria. Verde
San Blas, obispo y mártir. Memoria libre. Rojo
San Oscar, obispo. Memoria libre. Blanco
San Blas vivió en el siglo IV. Ejerció la medicina y curó a muchos enfermos, y llegó a ser obispo de Segaste (Armenia). Murió durante la persecución de Diocleciano. Se cuenta que camino al martirio curó a un niño que agonizaba por causa de una espina clavada en su garganta. Por eso se lo invoca como eficaz protector de las enfermedades de la garganta.
Antífona de entrada cf. Sal 105, 47
Sálvanos, Señor y Dios nuestro, congréganos de entre las naciones, para que podamos dar gracias a tu santo nombre y gloriarnos en tu alabanza.
Oración colecta
Señor y Dios nuestro, concédenos honrarte con todo el corazón y amar a todos con amor verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
O bien: de san Blas
Escucha, Señor, las súplicas que te presentamos por la intercesión de san Blas, mártir, y concédenos gozar de la paz en esta vida y recibir la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo…
O bien: de san Oscar

Señor, que enviaste al obispo san Oscar para iluminar con el Evangelio a numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, la gracia de caminar siempre en la luz de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo…
Lectura Heb 12, 1-4
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora “está sentado a la derecha” del trono de Dios. Piensen en Aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.
Palabra de Dios.
Comentario
¿Quiénes son para nosotros estos testigos que nos rodean? Son los hombres y mujeres, ancianos, niños, que nos ayudaron a conocer a Dios, que nos enseñaron a amar a Jesús y a vivir la fe que tenemos. Ellos nos guían y nos cuidan en nuestro caminar.
Salmo 21, 26b-28. 30abcd. 31b-32
R. ¡Los que te buscan te alabarán, Señor!
Cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! R.
Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. R.
Todos los que duermen en el sepulcro se postrarán en su presencia; todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él. R.
Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del Señor. R.
Aleluya Mt 8, 17
Aleluya. Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. Aleluya.
Evangelio Mc 5, 21-43
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva”. Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: “Con sólo tocar su manto quedaré sanada”. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: “¿Quién tocó mi manto?”. Sus discípulos le dijeron: “¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?”. Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad”. Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?”. Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que creas”. Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme”. Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”. En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.
Comentario
Este hombre y esta mujer nos enseñan a creer cuando todo parece muerto. Y esta fe se manifiesta, muchas veces, en contra de las reglas establecidas: el hombre sale de la sinagoga, de su fe tradicional y familiar, para abrirse a la novedad del Reino. Y la mujer, sin importarle las normas de la pureza, que le impedían tocar a un hombre cuando tenía derrames de sangre, se lanza también hacia lo único que le queda: confiar en Jesús. Dos ejemplos, dos actitudes que dicen mucho a nuestra misma conducta.
Oración sobre las ofrendas
Presentamos ante tu altar, Señor, los dones de nuestra entrega; te rogamos que los aceptes con bondad y los conviertas en el sacramento de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión Sal 30, 17-18
Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Señor, que no me avergüence de haberte invocado.
O bien: Mt 5, 3. 5
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Oración después de la comunión
Alimentados con el don de nuestra redención, te pedimos, Padre, que con este auxilio de salvación eterna se acreciente siempre en nosotros la verdadera fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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