26 febrero 2015

Jueves I de Cuaresma

La oración de petición tiene tan mala
 prensa… Sin embargo, es de rancio abolengo, pues la mayor parte de los salmos son oraciones de súplica. Los salmos son una verdadera escuela de oración, una oración viva que tonifica, que expresa el fondo del corazón del hombre, con sus luces y sus sombras. Cantan la bondad del hombre, su necesidad de ternura, su queja, incluso sus gritos de venganza. Sí, muchos salmos son un grito, una protesta, una pregunta. «¿Por qué duermes, Señor? ¿Hasta cuándo estarás irritado contra nosotros?». Es el grito del hombre que no acepta que todo se le venga encima por una supuesta voluntad de Dios. Grito del hombre frente al silencio de Dios.
Pero, si el fiel puede gritar así a Dios, es porque ha experimentado que Dios está de acuerdo con él. A través de la historia de la comunidad, a través de su propia historia, ha comprobado la fidelidad de Dios. La última palabra de los salmos es la confianza. De este modo, la oración de Esther apela a la justicia de Dios, y recuerda también que la fidelidad divina se manifiesta en la historia de los creyentes.
El salmo 137 es un salmo de acción de gracias individual. Expresa el reconocimiento del hombre por el favor obtenido. Mezclado con la acción de gracias propiamente dicha, está el recuerdo de la angustia en que se encontró el hombre fiel.
Mateo 7,7-12. Jesús no rechazó el grito de los hombres ni desdeñó la oración de petición. ¿Quizá la orientó de otro modo? Hacia la realización del sueño de Dios sobre la humanidad… Pero él está cerca de los pequeños, de los pobres, de los que sólo tienen sufrimiento y queja. Oró al Padre para que no desfalleciese la fe de sus discípulos. Pidió a su Padre el perdón de los enemigos.
(Las traducciones de Mt 7,7 expresan mal la respuesta a la oración. Hay que entender el «Pedid y Dios os dará… Llamad y Dios os abrirá».

Los pasivos constituyen una perífrasis para designar a Dios indirectamente).
Sobre el salmo 137:
Dios que te llamas Amor, amor eterno,
amor fiel y poderosa ternura,
<
p style=”text-align:justify;padding-left:30px;”>
¡te damos gracias de todo corazón!
<
p style=”text-align:justify;padding-left:30px;”>
¡A ti debemos lo que somos,
y tu promesa asegura nuestro porvenir!
¡Señor, no abandones la obra de tus manos!

Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. «Siempre hay que orar», y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del inoportuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor!
Escuchad, pues, a Esther: «Señor mío, tú eres el único Dios, ven a socorrerme, pues estoy sola. Mi único tesoro eres tú. Acuérdate, Señor… Sólo te tengo a ti, que lo conoces todo». Sabe dejarse agarrar por él. Conoce las palabras que le arrebatan. Sus palabras son una excelente defensa. ¿Vamos a andarnos con remilgos, porque Dios sabe lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos? No es eso, y el que ya no pide nada, demuestra que ya no ama. El orgulloso prescinde de la ayuda del otro. El no pedir nada a Dios encubre a menudo un sutil orgullo.
Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se le busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios —la oración en la vida— es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida. ¡Mendigo de ti… mendigo de Dios!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario