09 febrero 2015

Donde está Jesús crece la vida

Esto es lo que descubre con sorpresa y gozo quien recorre las páginas entrañables del evangelista Marcos y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, sana a los enajenados, perdona a los pecadores, anima a los desanimados.
Jesús les hace recobrar su propia estima. Y es que donde está Jesús hay amor a la vida, hay interés por el hombre, pasión por la liberación de todo mal. No deberíamos olvidar nunca esto que la imagen primera de Jesús que nos ofrecen los relatos evangélicos es la de un Jesús curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo que está enfermo y decaído.
Precisamente por eso encontramos siempre alrededor de Jesús la miseria de la humanidad, pobres, marginados, hambrientos, posesos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos.  Hombres y mujeres a los que les falta vida. Son todos “los que están a oscuras”.
Ciertamente, los milagros de Jesús no han solucionado prácticamente nada en la historia dolorosa de los hombres. La presencia salvadora de Jesús no ha resuelto los problemas. Pero es un signo de lo que va a ser el Reino de Dios. Hay que seguir luchando contra el mal, apostando por todo lo que sea vida y vida feliz.
Porque ciertamente los milagros de Jesús nos han descubierto algo decisivo y esperanzador sobre Dios. Dios es amigo de la vida y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de las personas. Y nosotros seguidores de ese Dios de vida ¿Cómo vivimos?.
De verdad inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza destruida por la agresión salvaje contra ella, por la polución industrial, la muerte en las carreteras por el alcohol por imprudencia, la muerte por la violencia, la muerte de los drogados por sustancias que matan y no liberan, la muerte del cariño familiar por intransigencias, la muerte de los que no llegan a nacer por presiones del egoísmo,  la muerte de las almas por dejadez y por el pecado.

Es desalentador observar con qué indiferencia escuchamos el número de muertes en las guerras, los cifras aterradoras que nos hablan de la miseria del tercer mundo. Es desalentador observar con que pasividad contemplamos la violencia callada pero eficaz y constante de estructuras injustas del primer mundo que hunden a los débiles en la marginación y enriquecen a unos pocos. Lo estamos viendo, lo estamos padeciendo.
Ahora mismo cómo se gritan reivindicaciones insolidarias. Cada uno reivindica sólo para sí y su grupo. Y es que los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco: Cada uno parece interesarse sólo por su problema, por su convenio colectivo, por su bienestar y su seguridad personal.
Y en este ambiente la apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez más incapaces de amar la vida y de vibrar con el que no puede vivir feliz y eso ya es alejarnos del Dios de Jesús ¿qué hacer entonces?
Como ciudadanos y como cristianos tenemos un reto ”promover la cultura de la paz y la no violencia” que puede concretarse en estos compromisos:
-          respetar la vida y la dignidad de todos
-          practicar la no violencia activa
-          compartir tiempo y recursos materiales
-          defender la libertad y la diversidad cultural
-          promover un consumo responsable
-          contribuir al desarrollo sostenido

Pero los creyentes en Jesús además no debemos olvidar que el amor cristiano es siempre interés por la vida, búsqueda apasionada de felicidad para el hermano. El amor cristiano es la actitud que nace en aquel que ha descubierto que Dios ama tan apasionadamente nuestra vida que ha sido capaz de sufrir nuestra muerte.
El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño y despertar su confianza en Dios y perdonar su pecado, Jesús sabía aliviar el dolor de los enfermos y sanar su enfermedad. 
La actuación de Jesús ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en nuestro compromiso por todo lo que sea vida y una vida feliz y libre para todos.
¿Defiendes la vida, todo lo que sea vida?
¿Cuidas la limpieza de tu entorno?
¿Reciclas las basuras?


 EL MAESTRO MILAGRERO
Durante muchos años había meditado en la soledad y el silencio de una cueva en los Himalayas. Después quiso compartir con los demás sus conocimientos y formó una comunidad espiritual. Enseguida contó con algunos discípulos muy cercanos e incondicionales. Éstos tuvieron ocasión de comprobar que a veces el maestro hacía prodigios y milagros, pero siempre como a su pesar y tratando de frustrarlos. Entonces se decidieron a preguntarle:
‑ Maestro, hay algo que no terminamos de entender y nos tiene muy desconcertados. Si estás capacitado, como hemos descubierto, para hacer milagros, ¿por qué te niegas a eso e incluso ocultas ese don?
El mentor repuso:
‑ Es bien sencillo, y vosotros mismos deberíais haberlo deducido si fueseis un poco más maduros espiritualmente. Si yo hiciera milagros, la gente no vendría a recibir la verdadera enseñanza y a ganar su paz interior y su serenidad de espíritu, sino a renovar su capacidad de asombro y a ver el espectáculo del maestro milagrero como el que contempla un número circense. 
No, queridos míos, jamás permitiré que mi energía lleve a cabo en público lo que denomináis milagros. Estaríamos traicionando nuestra comunidad. La gente vendría a divertirse y sorprenderse. Si eso sucediera, volvería a mi cueva para siempre. El auténtico milagro es la paz interior.
 Y nosotros, ¿no gustan los espectáculos milagro/circenses, o buscamos la paz interior? 
¿Qué buscamos en Dios?

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