04 abril 2014

Hoy es 4 de abril, viernes IV de Cuaresma.

Hoy es 4 de abril, viernes IV de Cuaresma.
Avanzamos en el camino de preparación a la Pascua. Esta cuarta semana de Cuaresma, nos va introduciendo en el sentido hondo de la misma. En el evangelio de hoy podemos sentir como se estrecha la conspiración alrededor de Jesús. Cómo se concreta el complot que dentro de unos días llegará al desenlace. Me dispongo a entrar en contacto con el Señor a través de su palabra. Pido la luz y fuerza del Espíritu Santo para ello.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 7, 1-2.10.25-30):
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero éste sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene.»
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado.»
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
La cruz va a estar cada vez más presente en las lecturas de estos últimos días de cuaresma. Hoy vemos que siguen las maquinaciones de los jefes judíos para matar a Jesús. No creen en él como Mesías enviado de Dios ni aceptan su mensaje. Les estorba. Quieren eliminarle. Es la lucha de siempre. En el fragmento del libro de la Sabiduría -que leemos como 1ª lectura de la misa-  se dice que el que obra mal no puede ver con buenos ojos al que obra bien; las buenas obras  que hace el justo las vive el impío como un reproche, se siente denunciado por esa buena conducta. Es lo que les pasaba a los dirigentes religiosos de los judíos. El mensaje de amor y comprensión con los pecadores, a quienes Jesús defiende y perdona y con los que se junta y come, lo mismo que con los pobres, enfermos y marginados, denuncia su orgullo, su engreimiento y su creerse mejores que nadie. Y eso no lo pueden aguantar. Señor, y nosotros nos quejamos ante la menor contradicción, crítica o incomprensión. Y hasta nos duele que no nos reconozcan  y “aplaudan” cuando hacemos algo bueno. ¡Como si los discípulos pudiéramos esperar ser mejor tratados que el Maestro…!
Pero hay más. Con la primera lectura de hoy ¿no da de lleno el Señor donde nos duele a muchos? Porque, cuando nos sentimos incómodos ante la vida cristiana, entregada y servicial de algunas personas, como amigos, hermanos de la comunidad, etc. ¿no será porque, con su vida, denuncian nuestra vida cristiana amodorrada y comodona? Cuando pensamos y hasta decimos de ellos que son “extremistas”, que les gusta llamar la atención o no sé qué, ¿no son nuestro orgullo y envidia los que hablan?  Señor, danos un corazón generoso que se alegre de las cosas buenas de los hermanos; que aceptemos con humildad sus buenos ejemplos, aunque provengan  de personas más sencillas y menos instruidas que nosotros.
A pesar del peligro que corre, Jesús sube a Jerusalén y continúa predicando su mensaje. Ha venido para eso. El sabe bien que con su mensaje y sus actitudes se está jugando la vida. Pero no se echará atrás: el encargo del Padre tiene que realizarlo… ¿Y nosotros? La misión de los cristianos es ser testigos de Cristo, ser luz y ser sal en el mundo. Y sabemos muy bien que, en esta sociedad nuestra tan injusta y cada vez más descreída, esto molesta a muchos. Y corremos peligro de echarnos atrás y no atrevernos a dar testimonio de nuestra fe y entrega, por temor al qué dirán, a que nos critiquen o se rían de nosotros. De hecho, ¿no nos acomodamos a veces a “lo que hacen todos”, porque tememos desentonar?  Y desentonamos tan poco, que nadie se siente interpelado por nuestra vida. ¡Qué triste, Señor, que seamos y actúenos de modo tan semejante al de los no creyentes que nuestras vidas no les incomodan en nada, y a veces... hasta nos tienen como de los suyos!... Señor, perdona tanta cobar-día. Danos valentía para ser testigos tuyos en todas las circunstancias de la vida; que –con humildad, pero con firmeza-  defendamos siempre el bien y lo hagamos, aunque nos critiquen y nos tilden de retrógrados.
El de hoy es un texto denso. Quizás necesito leerlo de nuevo. Volver a recordar, es decir, pasar nuevamente por el corazón lo que más me halla tocado. Aquella frase, palabra o vivencia halla quedado en mí. Leo, una vez más, con atención.
Me voy despidiendo del Señor para seguir en contacto con él a lo largo del día. Le doy gracias por este encuentro a través de su palabra. Por esta oportunidad de reflexionar en la proximidad de la pasión y muerte de Jesús, que culminará en su resurrección.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario