23 abril 2014

Hoy es 23 de abril, Miércoles de la octava de Pascua

Vivir la fe tiene que ver con ponerse en camino y llenarse de dudas. Tiene que ver con la tentación de volver a la rutina y caer en la resignación. Pero tiene que ver también con un Dios que aparece por sorpresa. Que sale al encuentro y lo cambia todo. Cada rato de oración, como este, es una oportunidad para que arda el corazón. Ponte en camino con los discípulos de Emaús, como si fueras uno de ellos. Contempla la escena y deja que el Señor resucitado, también a ti, te salga al encuentro.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 24, 13-35):
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Ayer María Magdalena buscaba al Señor, y Jesús le salió al encuentro. Hoy vemos a dos de los que le seguían que se alejan de Jerusalén, de la comunidad. Van comentando las cosas que han ocurrido. Llevan en su corazón el desánimo, la desilusión, la frustración. Ellos habían puesto muchas esperanzas en Jesús. Habían creído que era el Mesías, y que inauguraría el Reino que esperaban. Pero el fracaso del viernes -las fuerzas de la muerte, la cruz-  había ha roto todas sus ilusiones y esperanzas. Ahora confiesan su desesperanza: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel…”, dicen al peregrino que se les ha unido. Ahora ya no esperan. Se creen solos, abandonados: el Maestro ya nos está con ellos. Y sin embargo, él  está vivo, se les ha unido y camina a su lado. Pero ellos no le reconocen. ¡Cuántas veces, Señor, nosotros caminamos por la vida, rotos, desesperanzados, creyendo que estamos solos! Y tú estás ahí, a nuestro lado, y caminas con nosotros escuchando nuestra tristeza…, pero no lo sabemos, no te conocemos.
Fue entonces cuando Jesús les dijo: - "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Jesús echa mano de las Escrituras para iluminar su situación de desaliento y frustración. Ellos habían creído en Jesús, pero con una fe interesada. Habían puesto muchas esperanzas en él, pero eran esperanzas equivocadas.  Esperaban que fuera el Mesías, pero un Mesías según sus intereses, según la ideología dominante, político, que establecería un reino terreno, en el que ellos ocuparían puestos importantes… Pero no habían llegado a creer que "si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto", ni que “era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria”. Ahora creen que todo ha terminado. ¿No es ésta también nuestra situación y la de muchos cristianos, muchas veces? Seguimos a Jesús, acudimos a Dios, confiamos y esperamos en él porque es nuestro Padre, y nos ama y cuida de sus hijos… Pero cuando no responde como nosotros esperamos, ¿no se tambalea nuestra fe y se rompe nuestra esperanza?
Al llegar a la aldea donde iban, Jesús pretende seguir adelante, pero ellos le invitan a quedarse con ellos. Y “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras.”  Hizo falta que el Señor les saliera al encuentro, les explicara las Escrituras y partiera el Pan con ellos, para que comprendieran el sentido nuevo de las Escrituras, y que un crucificado, “un maldito de Dios” –como llama el Deuteronomio (21, 22-23) al que muere en cruz-  es el Mesías, y brotara en sus corazones una esperanza nueva, no apoyada en sus ambiciones nacionalistas, sino en el Señor. También a nosotros, en cada eucaristía, se nos une el Señor y nos explica las Escrituras y parte el Pan. Pero ¿arden nuestros corazones mientras nos habla?; ¿se cae la venda de nuestros y le reconocemos al partir el pan? ¡Qué estupendo, Señor, si así ocurriera! ¡Cómo –en cada eucaristía- rebrotarían en nuestros corazones ilusiones y esperanzas nuevas! Ellos, llenos de alegría, salieron corriendo a comunicarlo a los demás. ¿Por qué nosotros no salimos de la eucaristía transformados, alegres, sintiendo la necesidad de decir a los demás lo que ha ocurrido? ¿Es que no ha ocurrido nada?, ¿no nos hemos encontrado con el Señor? Dice el cardenal Newman: «Quien ha tenido un encuentro con Cristo, en adelante no podrá vivir como si ese encuentro no hubiera sucedido». Señor, que ocurra así en nosotros, y seamos testigos de tu Resurrección.
Jesús se acerca a los de Emaús bajo la apariencia de un peregrino. Con paciencia, sin imponer. Va transformando sus inseguridades en confianza. Habla también tú con él. Preséntale tus dudas y tus miedos sabiendo que él escucha y puede transformarlo todo.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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