18 abril 2014

Hoy es 18 de abril, Viernes Santo.

¿Por qué sufren los inocentes? ¿Tiene algún sentido el dolor? ¿Dónde está Dios cuando ocurre todo eso? ¿Por qué se queda callado? Si es bueno, ¿porque no interviene? Si existe algo que nos es común a todos los humanos de cualquier época, cultura o situación, son esas preguntas acuciantes ante el sufrimiento. Su experiencia nos desestabiliza y nos enfrenta a todos con la necesidad de tomar postura ante él. Temor, perplejidad, angustia, ansiedad, crisis, desmoronamiento, resignación o rebeldía. Las reacciones pueden ser múltiples. Pero hay una raíz común de protesta ante aquello que nos resulta siempre incomprensible y desconcertante.

La lectura de hoy es del evangelista Juan (Jn 18,1-19, 42):
En aquel tiempo, Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio.  Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: - ¿A quién buscáis?  Le contestaron:  -A Jesús el Nazareno. Les dijo Jesús: -Yo soy.  Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedo fuera. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Él dijo: -No lo soy. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: -Yo he hablado abiertamente, interroga a los que me han oído. Ellos saben lo que he dicho yo.  Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así contestas al sumo sacerdote?  Jesús respondió: - Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: -¿No eres tú también de sus discípulos?  Él lo negó diciendo: - No lo soy.   Uno de los criados del sumo sacerdote le dijo: - ¿No te he visto yo con él en el huerto?  Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.  Entró otra vez Pilatos en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: -¿Eres tú el rey de los judíos?  Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?  Pilatos replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: - Mi reino no es de este mundo.  Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos.  Pero mi reino no es de aquí.  Pilatos salió, otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: -Yo no encuentro en él ninguna culpa.  Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en li­bertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Volvieron a gritar: -A ése no, a Barrabás. (El tal Barrabás era un bandido.)  Entonces Pilatos tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: -¡Salve, rey de los judíos!  Y le daban bofetadas.
Pilatos salió otra vez afuera y les dijo: Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilatos les dijo: - Aquí lo tenéis. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: -¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilatos les dijo: -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.  Pilatos trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.  Pilatos entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata).  Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilatos a los judíos: - Aquí tenéis a vuestro Rey. Ellos gritaron: -¡Fuera, fuera; crucifícalo! -Pilatos les dijo: - ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los sumos sacerdotes: - No tenemos más rey que al César. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: - Tengo sed.  Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: -Está cumplido.  E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
El viernes santo celebramos la muerte del Señor. Un día para leer despacio la Pasión según san Juan, y quedarnos, en silencio, contemplando a Jesús, azotado, coronado de espinas, burlado por los soldados, y escuchando el aullido ingrato de la gente que pide a Pilatos que suelte a Barrabás y que a Jesús lo crucifique, y mirando a Jesús con la cruz a cuestas, que cae y se levanta, y a los discípulos siguiéndole a lo lejos por miedo a que los reconozcan como de los suyos, y, finalmente, contemplarlo crucificado, y ver a las mujeres, con María, al pie de la cruz… Y decirnos: yo estaba allí. Y preguntarnos: de todos los personajes que aparecen ¿quién me representaba?; ¿a quién me parezco?; ¿qué habría hecho yo en aquellas circunstancias?
Es fácil pensar que nosotros allí, en Jerusalén, o en la calle de la amargura, o en el Gólgota, habríamos tenido una actitud valiente en favor de Jesús. Pero ¿habría sido así? Para responder miremos cómo actuamos ahora. Porque Jesús sigue siendo calumniado, despreciado, condenado injustamente, crucificado en los “cristos” de hoy, que son todos los hombres maltratados de hoy. En ellos, el pecado del mundo sigue triturando a Jesús. Recordemos: Lo que hacéis con uno de estos mis hermanos conmigo lo hacéis (Mt 25, 40).. Y yo, viendo el trato injusto que se les da, ¿qué hago?; ¿me pongo a su favor o me hago al lado y me callo y me retiro? En este mundo injusto en el que se sigue crucificando a Cristo en los hermanos,  ¿luchamos, trabajamos, nos empeñamos en construir el reino del amor,  por el que Jesús se jugó la vida? Él es el Camino, ¿nuestras vidas van por ese Camino? Señor, mirándote hoy, viernes santo, te pido que ilumines mi corazón. Enternece, Señor, mi corazón tan endurecido.
¡Mirad el árbol de la cruz, done estuvo clavada la salvación del mundo!, nos invita la liturgia hoy. Sí, Señor, quiero mirar ese árbol donde la Vida empieza /con un peso tan dulce en su corteza (Himno de Laudes). Y asombrado por este misterio de amor y entrega para dar vida a la humanidad entera, pienso en lo seriamente que nos has amado, Señor. El amor no ha sido un juego para ti; no han sido palabras. Ha sido vaciamiento total, hasta la muerte y la muerte en cruz, la más infamante y dolorosa. Mirando esa cruz –y adorándola en silencio- quiero reafirmar mi deseo de tomar en serio el amor,  y seguir tus pasos. Sin acobardarme por las consecuencias. Temblaré a veces, dudaré, pero volveré a mirarte, Señor,  y comenzaré de nuevo a amar, a entregarme y a servir, a perdonar, a ser fiel a la voluntad del Padre hasta dar la vida, si es preciso. Y tú, María, la que desde la cruz nos entrega Jesús hoy como Madre,  acompáñanos. Danos ánimo en los momentos de titubeo. Que sigamos siempre su camino. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra,  Madre Dolorosa, ruega por nosotros ahora y siempre.
Al leer de nuevo el texto, sitúate delante del Señor crucificado. Es de él de quien se nos habla ahora. Lo que asombra y convence de alguien es su disposición a vincular su vida a la de los otros. A cargar con lo que les agobia y les pesa y les impide ser libres y felices. Eso vemos en este siervo de Yavé. Agradece al Padre que siga viendo en su hijo siervo la belleza de todos los que se le parecen y que son los que nos siguen curando con sus heridas.
Señor Jesús, quiero dedicar todas mis energías y recursos a la misma causa a las que tú las dedicaste. Pero quiero aprender también, junto a ti que eres el Hijo y también el siervo a encajar los tiempos de fracaso y de pérdida. Dame fuerza para aguantar y permanecer fiel, más allá de los resultados que puedes tocar. Recuérdame que lo que tú me enseñas desde la cruz, no es a tener éxito, sino a dar la vida amando hasta el fin.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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