24 abril 2014

Homilías 3, II Domingo de Pascua 27 abril

1.- ¡CON EL DEDO EN EL CIELO!

Por Javier Leoz

En este segundo Domingo de la Pascua, cuando se sostienen en el aire los cantos y el gozo del Aleluya, dos nuevos santos –Juan XXIII y Juan Pablo II- suben a los altares. Los dos, en la tierra, se fiaron de Cristo. Como Tomás, los dos, exclamaron “DIOS MÍO Y SEÑOR MÍO” y, a los dos, la Iglesia los proclama Santos para que, desde el cielo nos ayuden a descubrir a Cristo sin exigencias hacia Él y sin pruebas de su existencia. Hoy, el costado de Cristo, se nos presenta más claramente cuando dos personajes de nuestro tiempo, que fecundaron a la Iglesia con aires nuevos (Juan XXIII y JUAN PABLO II) son iconos de bondad y de perseverancia, de vida y de resurrección, de entrega y de generosidad. Hoy, los dos, estarán viendo cara a cara a ese Cristo en el cual nosotros creemos y celebramos en esta alegría pascual: ¡HA RESUCITADO! Sólo desde la Resurrección de Cristo, los dos nuevos santos, entendieron toda su vida.

1.- A los dos, Juan XXIII y JUAN PABLO II, el encuentro personal con Cristo –como a Tomás- les cambió la vida. Y los dos, como sacerdotes, obispos y Papas después, tuvieron un único afán y cometido: presentar a la Iglesia como pregonera de la alegría de la Pascua.

--Los dos, con sus peculiares personalidades pero con un mismo fondo, contemplaron los acontecimientos de la historia de la humanidad y la quisieron penetrar con la luz de la Verdad que es Cristo. En Él, y desde Él, colocaron las dificultades, anhelos y esperanzas de la Iglesia. Ante un mundo que exige racionalidad, pruebas, eficacia y se queda en lo superficial, Juan XXIII y Juan Pablo II, con la bondad uno y la valentía otro, recordaron a los contemporáneos que Dios no se casa con nadie. Que seguir a Jesús no es edulcorar la fe. Que ser fiel a la Iglesia no conlleva mostrar en carne viva a Aquel que predicamos.

--A los dos, movidos por un profundo amor a Cristo y a la Iglesia, les une el testimonio –como a Tomás- de que Jesús es Alguien vivo, operativo y presente en el ámbito de nuestras vidas personales. Si a Tomás le conmovió el costado abierto de Cristo, los agujeros de los clavos en pies y manos, a los dos Papas les sedujo desde tiempos atrás un Jesús que les llamó a ser sacerdotes y heraldos de su reino. Lo demás vendría por añadidura y por exigencias del Espíritu Santo.

2.- Ante una realidad que intenta hilvanar todo, con el hilo de la apariencia, este segundo domingo de la Pascua nos ayuda a fiarnos de Dios sin condiciones. La Iglesia no está llamada a demostrar nada. En todo caso, la Iglesia, como depositaria de la fe de los apóstoles, sabe perfectamente que no le faltarán detractores o muros infranqueables a sus fuerzas y posibilidades humanas. Pero, también es verdad, que la Iglesia sabe que no es mayor que el Maestro y que, por lo tanto ese Maestro, no le evitará problemas pero le dará fuerzas para soportarlos y ser ante el mundo un recordatorio permanente de que Dios existe.

Llama la atención, en una encuesta realizada esta semana pasada, como 6 de cada 10 ciudadanos de Europa (excepto en Dinamarca y España) consideran que la Religión es un bien necesario. Algo tendremos que hacer para que, ese porcentaje que no lo ve así (entre ellos España) sientan que la Iglesia –lejos de ser sólo institución- es un canal válido e imprescindible para llevarnos a un encuentro real y fuerte con el Resucitado.

3.- Que los dos nuevos Papas Santos, Juan XXIII y Juan Pablo II, nos ayuden a dar con esa clave que posibilite abrir los corazones cerrados, clarificar las mentes ofuscadas por el sensacionalismo, calmar los nervios de aquellos a los cuales la Iglesia molesta tanto o impregnar de interés por lo divino a toda esa masa que piensa que, vivir sin Dios, es mejor y más saludable.

Juan XXIII y Juan Pablo II…vosotros que estáis tocando con vuestra mano y con vuestros dedos el rostro de Cristo Resucitado, no olvidéis a esta Iglesia que ama con locura a su Señor pero necesitada siempre de conversión, luz, paz y valentía para hacerlo presente en este mundo. Así sea.

4.- DOS MANOS EN EL COSTADO DE CRISTO: JUAN XXIII Y JUAN PABLO SEGUNDO

Hoy, desde la bondad uno y desde su ser misionero otro,

estarán proclamando lo que hicieron verdad con sus vidas:

¡EL SEÑOR HA RESUCITADO!

 

Como a Tomás, también a ellos, 

el Señor se les ha aparecido en la Octava de la Pascua

y, sin pretenderlo ni necesitarlo, 

les dice que –su Iglesia- que une y ata en la tierra

los proclama Santos entre todos los Santos.

¡Gracias, oh Señor! ¡Gracias, Iglesia militante!

Porque, sus manos, que bendijeron y perdonaron

Porque, sus manos, que indicaron y señalaron

Porque, sus, que abrazaron y amaron

recogen nuestras oraciones y nuestros deseos

dejándolo todo a tus pies, Creador que habitas, en el cielo

¡A TI, SEÑOR, GLORIA Y ALABANZA!

 

Manos quisiéramos, oh Señor, de Juan XXIII

para presentar la bondad como distintivo de la Iglesia

Manos anhelamos, oh Jesús, de Juan Pablo II

para ser valientes y decididos en nuestra entrega

Manos necesitamos, oh Resucitado, de Juan XXIII

para abrir ventanas por las que entre aire fresco

Manos soñamos, oh costado abierto, de Juan Pablo II

para no doblegarnos y permanecer fieles hasta el final.

¡A TI, SEÑOR, CON ELLOS GLORIA Y ALABANZA!

 

Dos manos, de Juan XXIII y Juan Pablo II,

que nos acompañan desde el costado abierto de Cristo.

Porque, hoy más que nunca, ellos así lo están viviendo

Porque, es Pascua y es cierto, 

que también nosotros lo vemos desde la distancia

y, sabemos, que Cristo nunca engaña.

Dos manos, que desde el corazón de la cristiandad,

nos señalaron que Jesús murió y resucitó

Dos manos que, bajo las bóvedas del cielo,

nos recordaron que Cristo es Camino, Verdad y Vida

Dos manos que, con sonrisas y fuerza,

nos alertaron del peligro de vivir sin Dios

Dos manos, Juan XXIII y Juan Pablo II,

que acogen la plegaria de toda la Iglesia,

de todos los cristianos, de todos los hombres

y mujeres de nuestro tiempo que dicen hoy y mañana:

 ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

2.- LA ALEGRÍA DE LA FE

Por Gabriel González del Estal

1. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Cuando los discípulos vieron a Jesús en medio de ellos, se llenaron de alegría. La desaparición de Jesús les había dejado vacíos, acobardados y desconcertados. Con Jesús, se sentían seguros y valientes; sin Jesús, se sentían frágiles y desorientados. La fe en Jesús, en un Jesús cercano y protector, había sido para ellos hasta entonces la comida y la medicina espiritual que llenaba sus vidas y les convertía a ellos en personas seguras y valientes. Cuando esta fe en Jesús se resquebrajó y estuvo a punto de romperse, la vida de los discípulos comenzó a sentirse insegura, triste y llena de interrogantes. La fe, la verdadera fe en Jesús, produce siempre fuerza y alegría interior. Sin fe, la vida pierde encanto y seguridad, el mundo nos aprisiona y nos turba, nos llena de interrogantes y de oscuros presagios. Sí, la fe en Jesús debe proporcionarnos alegría interior, fuerza vital, seguridad en medio de un mundo lleno de dudas racionales y sentimentales. Los santos que vivieron llenos de fe, esperanza y caridad, fueron personas interiormente alegres, aunque exterior e interiormente tuvieran que vivir muchas veces acosados e incomprendidos. Muchas veces en la vida sólo nos queda la fe: el cuerpo se rompe, pero, mientras en nuestra alma siga viva y llameante la fe, toda nuestra vida se llena, a pesar de todo, de alegría y júbilo. Que la alegría de nuestra fe en Jesús, en un Jesús vivo y cercano, rompa todos los miedos que tantas veces nos acorralan y nos tientan.

2.- Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Tomás había sido tan miedoso y desconcertado como lo habían sido los otros discípulos, antes de ver al Señor; y también Tomás, cuando ve a Jesús vivo y cercano junto a él se llena de alegría y la fe en Jesús le sale a borbotones del alma, exclamando: ¡Señor mío y Dios mío! La definición de fe como creer en lo que no vemos es una definición evidentemente muy imperfecta: para creer hace falta ver, o con los ojos del cuerpo o con los ojos del alma. La frase que Jesús le dijo a Tomás: dichosos los que crean sin haber visto habla de una visión que va mucho más allá de la simple visión corporal. La fe, por supuesto, es un don de Dios, pero Dios ofrece el don de la fe a toda persona de buena voluntad que quiere ver. Nosotros, como Tomás antes de ver con los ojos del cuerpo a Jesús, debemos desear verlo vivamente con los ojos del alma. Tomás deseaba verlo, se moría de ganas por verlo, por eso cuando lo vio el alma se le llenó de alegría y júbilo. El deseo de ver a Dios ya es una forma de ver a Dios; cuanto más vivo y suplicante sea este deseo, tanto más viva y operante será nuestra fe. Deseemos como Tomás, y como los demás discípulos, ver siempre a Dios y seguro que Dios se hará presente en nuestras vidas como una presencia viva y alentadora que nos quitará los miedos del mundo que nos rodea.

3.- Celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón. Los discípulos alababan a Dios con alegría porque se sentían en comunión con Jesús y en comunión con los hermanos. Era una alegría contagiosa y por eso eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando. La fe en Jesús era para los discípulos una fe-comunión, porque esa era la fe que les había transmitido el Maestro, porque sabían que si decimos que amamos a Dios, pero no amamos al prójimo somos unos mentirosos. Esta es la fe que nos han transmitido también a nosotros los Evangelios de Jesús: la fe-comunión, una fe que consiste en amar a Dios y a los hermanos con todas las consecuencias. Cada vez que nos acercamos al altar a recibir a Jesús sacramentado, pidamos al Señor Jesús que nos conceda vivir cada día en comunión con él y en comunión con los hermanos, sobre todo con los hermanos nuestros más necesitados.

3.- JESÚS SE PONE EN MEDIO

Por Pedro Juan Díaz

1.- Durante los próximos 50 días vamos a celebrar un único acontecimiento: la Pascua de Jesús. Su resurrección desencadena una serie de acontecimientos que se suceden simultáneamente. Se aparece a sus discípulos, les da el Espíritu Santo, los envía a predicar, nace la Iglesia, sube al cielo… Todo esto se desencadena desde el encuentro con Jesús resucitado que se pone en medio de sus discípulos cada ocho días, cada domingo.

Desde entonces la Iglesia, la comunidad de los discípulos del resucitado, celebramos la Pascua cada domingo. Es tontería que vengamos aquí si no es para encontrarnos con el Resucitado y con los hermanos de la comunidad. La Eucaristía es el momento en que nos reunimos, escuchamos su Palabra, y partimos el Pan con alegría y de todo corazón. Y después llevamos todo eso a los hermanos, a los pobres, a los enfermos, a todos los necesitados del Pan y la Palabra de Jesús. Todo esto tiene sentido porque el Señor está en medio de nosotros.

2.- La vida y el mundo en el que vivimos serían bastante mejores si fuéramos más capaces de acercarles lo que aquí celebramos y vivimos. Si miramos a la primera comunidad cristiana, leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles (lectura muy recomendada para este tiempo de Pascua), nos daremos cuenta de que había dos cosas muy importantes para ellos: celebrar juntos su fe y atender a los que sufren y a los pobres. Eso les distinguía dentro de la sociedad en la que vivían, y también les daba identidad y les ayudaba a permanecer unidos. Esos gestos de amor y solidaridad hacia los demás eran gestos de fe que ayudaban a las demás personas a reconocer al Señor Resucitado en la vida, en sus vidas. Por eso se iban agregando al grupo. No porque les cayeran mejor o peor, sino por el encuentro con el Resucitado.

3.- Porque ¿dónde mejor para encontrarnos con el Resucitado que tocando las cicatrices del sufrimiento y el dolor como Tomás? Jesús se pasó toda su vida pública “tocando” el sufrimiento, tocando a personas heridas, enfermas, marginadas, pobres, pecadoras… Y ahora es a Él al que podemos tocar y encontrar en ellas, con nuestra cercanía y con nuestra solidaridad. Ahí encontraremos al Resucitado. Y necesitaremos volver aquí, a la comunidad, a contarlo y compartirlo, y a celebrarlo con alegría.

4.- El Señor nos tocará también a nosotros y nos quitará el miedo y nos dará la paz. La paz del Resucitado nos hará nacer de nuevo. “Bendito sea Dios que… por la resurrección de Jesucristo… nos ha hecho nacer de nuevo”. El agua que hemos recibido sobre nuestras cabezas nos recuerda nuestro Bautismo, ese momento en que nacimos de nuevo, como personas nuevas, renovadas, resucitadas, con una fe que ha ido creciendo con el paso del tiempo y que nos hace “ver” y “sentir” al Resucitado acompañando nuestras vidas. Jesús le dijo a Tomas: “dichosos los que crean sin haber visto”. Y San Pedro nos dice en la segunda lectura: “No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis…”. La resurrección de Jesús nos hace fuertes en la fe y en la vida, nos da esperanza y alegría, y nos ayuda a “ver” con otros ojos las señales del Resucitado, que sigue cada día en medio de nosotros, delante de nuestras narices.

5.- Que la Pascua sea un tiempo en el que aprendamos a “mirar”, que sepamos encontrar al Resucitado y sus signos: la paz, el Espíritu, el perdón, la comunión de bienes, la vida comunitaria, el amor entre los hermanos, la solidaridad, el compartir, la cercanía con los pobres y los que sufren… y sobre todo “al partir el Pan”, su Pan, su Cuerpo resucitado y entregado por nosotros. El Señor se pone hoy, de nuevo, en medio de nosotros, para que nos encontremos con Él. “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Y nos envía: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Vayamos con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu y compartamos con todos la alegría de la Pascua. Jesús va con nosotros.

4.- UN SACRAMENTO QUE DEBE ILUMINAR NUESTRO ANOCHECER

Por José María Maruri, SJ

1.- Al anochecer de aquel día...

--Era de noche cuando Judas salió a traicionar a Jesús.

--Era de noche cuando Nicodemo fue a hablar con Jesús.

--Era de noche cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor.

--Era anochecido cuando Jesús se aparece a sus discípulos juntos.

--Al anochecer de aquel día, porque había anochecido en los corazones de los apóstoles por el miedo, la tristeza y sobre todo porque cuando Jesús más los necesitaba “todos le abandonaron y huyeron”.

--Al anochecer aquellos pobres hombres estaban encerrados, cabizbajos, paralizados, sin dar un paso en busca del Señor y es el Señor en el que los busca, entra, y se pone en medio de ellos, “que no es el hombre quien busca a Dios, es Dios el que anda siempre en busca del hombre.

Es el Señor el que entra, mira sus caras tristes, sondea sus corazones divididos y les ofrece su paz, la paz del perdón, la paz del olvido, la paz del reencuentro. Paz con Dios y paz consigo mismos. La paz de los hombres de buena voluntad aunque sean pecadores.

2.- Como el Padre me envió a hacer las paces entre el cielo y la tierra así os envío yo a dar a todos la paz del perdón: lo que desatéis quedará desatado. Y nace el sacramento de la penitencia, el Sacramento de la Paz. Un sacramento que debe iluminar nuestro anochecer.

¿Y por qué un sacramento instituido por Jesús como sacramento de paz, de alegría, del reencuentro, se ha convertido para muchos de nosotros en algo intranquilizador? ¿Y a veces traba que nos separa por muchos años del reencuentro de Jesús en la Eucaristía, que nos mantiene en nuestro anochecer?

¿Por qué el Sacramento de la acogida cariñosa, de la alegría, se ha convertido en un potro, en una hoguera de la Inquisición y ha perdido toda alegre resonancia de Buena Nueva, de que Dios nos busca, olvida, perdona y nos quiere en paz?

¿Por qué los confesionarios son desagradables, cajas de resonancia de regañinas, amenazas, penitencias desproporcionadas, malos humores, caras de jueces avinagrados, donde se usa el sacacorchos o tiene uno la sensación de que la extraen una muela?

3.- Si los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor, es que la confesión debería ser:

--Jesús mirando con simpatía y cariño al joven que quiere seguirle

--Jesús diciendo a la adúltera “tampoco yo te condeno”

--Jesús aprendiendo en la debilidad humana a comprender y a dar la comprensión de Dios.

--Debe ser el Señor… siempre tendiendo la mano.

-- El Señor cerrando los ojos a todo, con tal de no apagar la mecha que aún humea, ni cobrar la caña que ya se dobla hacia el suelo

--Debe ser que Jesús que no ha venido a juzgar al mundo, sino a dar su vida por él.

--Jesús diciendo a los apóstoles que le han abandonado y traicionado “la paz sea con vosotros”

-- Debe ser el Señor llenando de alegría el corazón de los suyos al verle.

En el sacramento dela penitencia se nos comunica el Espíritu Santo, ese que Jesús exhala sobre sus discípulos para que sepan perdonar, Espíritu que es por esencia AMOR. Que como dice la secuencia del día de Pentecostés es:

--brisa en las horas de fuego

--gozo que enjuga las lágrimas

--que riega la tierra en sequía

--sana el corazón enfermo.

Y los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor: Y nosotros debemos de llenarnos de alegría al reencontrarnos con el Señor en la confesión, donde Jesús vuelve a decirnos a cada uno “la paz sea contigo, la paz del olvido, la paz del perdón”.

5.- LA PRESENCIA VIVA DE JESÚS EN LA COMUNIDAD

Por José María Martín OSA

1.- El ideal de vida de la comunidad cristiana. El texto del Libro de los Hechos, que proclamamos hoy, frecuentemente se utiliza como una descripción histórica de la primera comunidad cristiana. A partir de ahí se sacan consecuencias, a veces polémicas o desalentadoras, comparándolo con las comunidades cristianas actuales. Pero esa interpretación es demasiado idealista. Parece claro que Lucas no pretende tal descripción histórica y que, de hecho, las cosas no pasaron tal como están presentadas aquí. Todo ello no quiere decir que el texto en cuestión no sea útil. Todo lo contrario. Lucas quiere mostrar cuál es la comunidad cristiana ideal, a dónde ha de tender todo grupo cristiano en la convivencia y cómo ha de repercutir la fe en los aspectos materiales y económicos. Lo cual sería, por otra parte, el mismo mensaje que se desprendería del posible hecho histórico. El contenido sigue siendo el mismo. Pero no nos desanimemos ante la situación actual de las comunidades, pensando que no hemos hecho sino ir hacia atrás. Más bien pretendamos acercarnos a esta meta: conseguir la comunidad de amor, comunidad de vida y comunidad de bienes. Vivir unidos en la oración y en la celebración de la Eucaristía (fracción del pan).

2.- Dios no abandona a sus fieles. El canto del Salmo 117 revela claramente un uso litúrgico en el interior del templo de Jerusalén. En efecto, en su trama parece desarrollarse una procesión, que comienza entre las "tiendas de los justos", es decir, en las casas de los fieles. Estos exaltan la protección de la mano de Dios, capaz de tutelar a los rectos, a los que confían en él incluso cuando irrumpen adversarios crueles. Al ser liberado de ese peligro, el pueblo de Dios prorrumpe en "cantos de victoria" en honor de la "poderosa diestra del Señor", que ha obrado maravillas. Por consiguiente, los fieles son conscientes de que nunca están solos, a merced de la tempestad desencadenada por los malvados. En verdad, Dios tiene siempre la última palabra; aunque permite la prueba de su fiel, no lo entrega a la muerte. Para expresar la dura prueba que Jesús ha superado y la glorificación que ha tenido como consecuencia, le compara a la "piedra que desecharon los arquitectos", transformada luego en "la piedra angular".

3.-La fidelidad a Jesús produce alegría. La primera Carta de Pedro destaca que el seguimiento de Jesús es vivido con alegría aun en medio de la dificultad. Podríamos decir que se asume con estilo deportivo. El evangelio es siempre buena noticia y nunca amarga la vida. Es lo contrario de un cristianismo de cumplimientos mínimos o de actitud resignada. Será precisamente esta satisfacción interior la fuerza psicológica que moverá espontáneamente a la evangelización de los demás. La diferencia entre el obrar por amor y el obrar por obligación no sólo tiene repercusiones en el interior del sujeto, sino también en su talante exterior.

4. Jesús resucitado ha vencido las ataduras de la muerte. Los discípulos, que habían comenzado su éxodo siguiendo a Jesús, se encuentran desamparados en medio de un ambiente hostil. No tienen experiencia de Jesús vivo. Pero están en la noche en que el Señor va a sacarlos de la opresión. Jesús viene a liberar a los suyos. Su primer saludo de paz recuerda a los discípulos su presencia anterior en medio de ellos y su victoria, eliminando el miedo y la incertidumbre. Se les da a conocer como el que les demuestra su amor hasta la muerte, con las señales que indican su poderío (manos) y la permanencia de su amor (costado). Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre. Como Jesús, pues, la comunidad es mediación de salvación o de condena, no porque ella enjuicie a nadie, sino porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo que cada uno es y decide de por sí.

5.- Jesús resucitado está presente en la comunidad. La fe en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.

6.- EL SENTIDO PROFUNDO DEL AMOR DE DIOS

Por Antonio García-Moreno

1.- CONSTANTES EN LA DOCTRINA.- El pasaje bíblico de hoy, tomado del Libro de los Hechos, nos presenta una instantánea de la vida en la primitiva Iglesia. Tiempos de una importancia especial, momentos en los que vivían los apóstoles, cuando vibraban aún en el aire las palabras del Maestro. Tiempos paradigmáticos, modélicos, cuando se echan los fundamentos de la Iglesia, y se vive con más pureza y autenticidad el mensaje que Cristo trajo a la tierra.

Eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, fieles a la doctrina que ellos predicaban, a pesar de ser un tanto extrañas y chocantes en el ambiente contemporáneo. Hablaban de amor cuando se vivía con odio, hablaban de paz cuando se avecinaba la guerra, de perdón cuando existía mucho rencor, de vida pura y casta cuando había mucha lascivia y erotismo... Los apóstoles no trataron de suavizar el mensaje, de acomodarlo más o menos a sus oyentes, de limar aquellas estridentes aristas de las palabras de Jesús de Nazaret. Y muchos aceptaron, no todos por supuesto, y aceptaron hasta las últimas consecuencias, dispuestos a dar su sangre por defender la pureza de su fe y de sus costumbres. Y muchos dieron testimonio con su muerte heroica entre las llamas, o entre las garras de las fieras. Y muchos más dieron su testimonio con una vida callada, una vida laboriosa y honrada, una vida entregada al servicio generoso de los demás. Constantes en la doctrina, fieles siempre a la enseñanza de Pedro, el primer papa, y de los apóstoles, los primeros obispos.

Vivían unidos, se amaban hasta el punto de transparentarlo exteriormente, se ayudaban hasta los más grandes sacrificios, rezaban y cantaban juntos, participaban gozosos en la fracción del Pan, el santo sacrificio de la Misa, el Sacramento del altar. Eran hombres encendidos por la fe, luminarias que Cristo vino a prender en la tierra.

La gente estaba maravillada ante aquel espectáculo. Mirad cómo se aman, decían. Y la multitud de creyentes crecía sin cesar hasta el punto de exclamar sin jactancia: Somos de ayer y lo llenamos todo... La Iglesia, nosotros los cristianos, es, somos, un signo de salvación para todos los pueblos. Un testimonio evidente del amor infinito de Dios. Un testimonio que ha de estar hecho de una vida honrada y laboriosa, una vida limpia y casta. Testimonio de comprensión y de apertura, de perdón. Testimonio de lealtad a unos principios y a una moral, de constancia y fidelidad en es-cuchar y practicar lo que enseña nuestra santa madre la Iglesia católica, apostólica y romana.

2.- EL PERDÓN DE DIOS.- Antes de perdonarnos los pecados, la Iglesia nos recuerda en la fórmula del sacramento de la Penitencia que Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados. Ya el profeta Ezequiel, cuando habló de la renovación mesiánica, vaticinó la purificación mediante la aspersión del agua y un cambio del corazón, infundiendo un Espíritu nuevo que haga posible el cumplimiento gustoso de la Ley de Dios.

También san Juan nos refiere cómo Jesús habló a Nicodemo de una regeneración espiritual por medio del agua y del Espíritu. En el pasaje de hoy, el Señor transmite a sus apóstoles el divino poder de perdonar los pecados, soplando sobre ellos al tiempo que les dice que reciban el Espíritu Santo.

Ese soplo de Cristo sobre los apóstoles recuerda el soplo de Yahvé sobre el rostro del primer hombre, cuando todavía era un montón de barro. Con esa leve espiración, Adán cobró vida y sus ojos brillaron con la chispa luminosa de la razón. En el caso de Cristo, también ese soplo hizo posible una nueva creación, una nueva historia en la que el hombre puede reconciliarse con Dios, ser perdonado y restituido en su condición de hijo de Dios.

Es cierto que a fuerza de recibir con frecuencia un mismo bien, corremos el riesgo de no apreciar debidamente ese don, por muy excelso que sea. Eso es lo que puede ocurrirnos con el perdón divino, que a fuerza de recibirlo una y otra vez, perdamos el sentido profundo que tiene, y despreciemos el valor excelso que encierra. Hay que reaccionar, hay que recapacitar y comprender que nada hay tan valioso como el perdón de Dios.

Por otra parte, ese perdón ha de fortalecernos en nuestra lucha contra el pecado. No podemos abusar del amor divino, no podemos jugar con su disposición permanente de compasión. Al contrario, ese perdón del Señor, esa bondad que entraña, ha de mantenernos más firmes en el combate, deseosos de agradar a quien tanto nos ha perdonado, dispuestos seriamente a no caer jamás en el pecado.

7.- LA ORACIÓN DE TOMÁS

Por Ángel Gómez Escorial

1.- La respuesta de Tomás a Jesús resucitado –tras verlo—iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria "¡Señor Mío y Dios Mío!" la repetirían después miles y miles de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos "creyentes de toda la vida". Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás. Y es, asimismo, ese efecto importante de la "segunda conversión" lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca --sin duda-- de la segunda conversión.

2.- El relato de Juan –como todos los del Discípulo amado—está pleno de detalles y datos. Con las puertas cerradas, el Señor entró y su puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática.

3.- Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última página del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.

4.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos "y eran bien vistos por todo el pueblo". Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro "tempo" de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.

5.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu. Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

PREOCUPACIONES DEL RESUCITADO

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Por algún detalle del contexto hemos de suponer, mis queridos jóvenes lectores, que los dos encuentros tuvieron lugar en la sala alta donde habían celebrado la última Pascua. Un lugar discreto de Jerusalén. Observad que se nos puntualiza que ambos ocurrieron en domingo, el llamado día del sol o primero de la semana. Alerta, pues, que no es una jornada cualquiera, es la escogida por el Señor, su día preferido. La fiesta del jefe, del líder, del amigo. Es preciso celebrarlo siempre. Sabía Él el comportamiento de ellos en los momentos trágicos y finales de su etapa histórica. Tenía presente su miedo, pese a que no habían perdido la Esperanza, que sí frustró Judas.

2.- El primer saludo apuntado podría ser un simple saludo de cortesía. Shalom era la palabra inicial que el judío dirigía al interlocutor. Pero repite por segunda vez: paz. Lo pronuncia después de que le hayan visto e identificado. Precisan paz. La paz no es únicamente ausencia de guerra. Implica serenidad y a ellos les falta. Y a nosotros, generalmente, también. Añade de inmediato que no espera de ellos, que no desea de nosotros, que simplemente le contemplen. Vino al mundo a cumplir una misión que le había encomendado el Padre. Les pasa ahora el relevo a ellos. A nosotros también. Que no se trata de que seamos testigos mudos e inmóviles, respetuosos con los demás. Había recibido un encargo y ahora el mandato es que se lo delegue a ellos, a nosotros también, no lo olvidéis.

3.- Para que sean capaces de cumplirlo les contagia el poder que en su interioridad posee. Les sopla significativamente mientras les asegura que reciben al Espíritu. Esto cambia su ser, cambiará su vida. ¿les trasmite capacidad de mando o de decisión social o política? No, de ninguna manera. Hay algo mucho mejor que hacer ricos, sociólogos, políticos o artistas. Les da capacidad de perdonar pecados. ¡anda ya! ¿y a quien le importa esto? Ya lo descubrirán, no les da hoy explicación alguna. Se alegran del encuentro.

No estaban todos. De los escogidos faltaba Tomás, el “científico” el que exige pruebas y demostraciones. Algo incorrecto en este caso, pero legítimo. No incomodará al Señor. Se acomoda a cada uno imaginando que abajándose y complaciendo, el otro responderá como Él espera.

4.- Vuelve otro domingo y se dirige de inmediato al desconfiado. No es severo juez, pero sí acertado enseñante: ha solicitado demostraciones, pues, allá van pruebas al canto: manos pies y tronco, todo lo puede ver y tocar. El discípulo siente vergüenza y no se atreve a indagar más, su gesto complaciente es superior a lo que pedía. Nosotros a veces también queremos demostraciones y el Maestro nos da algo de mucho más valor: nos presta atención, nos ama de acuerdo a nuestras apetencias.

5.- Se ha adaptado a la idiosincrasia de Tomas y al Señor se le escapa una felicitación para nosotros. Nosotros que sin verle, sin haber solicitado tocar e introducir las manos, le amamos. El gesto del apóstol científico arranca una nueva bienaventuranza que a nosotros se nos dirige y que desea la comuniquemos a los demás. No olvidéis el texto de la primera lectura de este domingo, mis queridos jóvenes lectores. Las enseñanzas de Jesús no son propias de una secta iniciática. La Fe, si quiere ser autentica y que perdure, debe ser compartida. Hoy se fija en las posesiones que las ofrecen a la comunidad, otro día se referirá al corazón, que debe comunicarse.

6.- Ellos, y también nosotros, sabían que encerrados en sí mismos, los hombres se ahogan, pero abrirse y comunicarse, que es esencial, cuesta y a veces nos empeñamos en poner un cerrojo al alma y la semilla de Dios se seca y muera, como planta que no se empapa de la lluvia que cae para todos los vegetales. Pero esto será materia de otro día.

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