21 abril 2014

De la Cuaresma a la Pascua

La Cuaresma ha sido un tiempo de “oportunidad” para vivificar progresivamente, frente a las incertidumbres de nuestro presente personal y colectivo, la vida que, como bautizados, llevamos dentro, para ser Buena Noticia en nosotros y en nuestra sociedad: una oportunidad para vivir la interioridad (domingo 1º), para ensanchar nuestros horizontes (domingo 2º), para beber de un nuevo manantial (domingo 3º), para establecer una nueva jerarquía de valores mirando con otros ojos (domingo 4º), para establecer un nuevo tejido de relaciones humanas desde una amistad que genera vida (domingo 5º).

Desde esa nueva vida hemos tratado de acompañar los pasos de Jesús en su misterio Pascual acogiendo, comulgando y viviendo el “regalo” del mismo Jesús y el “regalo” que Él nos hace: el de “otro Reino” (Ramos), “otro pan” (Jueves Santo), “otro amor” (Viernes Santo) y otra Vida Plena (Vigilia Pascual-domingo de Resurrección).
Se nos ha ido...
Pero María Magdalena acude al sepulcro en busca del Maestro y no lo encuentra. La añoranza nubla sus ojos y no ven lo que miran. En su boca resuenan ecos de la canción de “El unicornio azul” (Silvio Rodríguez): http://www.youtube.com/watch?v=dnvVtkVaM84
«Las flores que dejó no me han querido hablar...”
... y yo no tengo más que un unicornio azul...”
“Mi unicornio y yo hicimos amistad, un poco con amor, un poco con verdad...”
... pescaba una canción...: saberla compartir era su vocación...
... y puede parecer acaso una obsesión, pero no tengo más que un unicornio azul...
... y aunque tuviera dos, yo sólo quiero aquél... »
Historia de un amor que “ayer” desapareció. Pero María no se resigna a que sea así. Los discípulos de Emaús, también, cegados, vuelven a casa tristes, decepcionados, solos. Las casas y las calles de Jerusalén no han cambiado para nada. Excepto la soledad, que se ha hecho más honda. Las mujeres, las amigas de aquel Jesús, dicen que está vivo. Pero, ¿dónde? Si fuese verdad, volveríamos a casa a encontrarle de nuevo. Aun muerto, las cosas ya no pueden ser como antes.Por eso Pedro y sus amigos han vuelto a juntarse y se han puesto a pescar. Jesús es el todo.
Le necesito, porque lo he conocido. No puedo desprenderme de Él. Él es el centro de todo lo vivido y por vivir. ¿Dónde y cómo encontrarle si, como decís, está vivo?
Dónde y cómo volverle a ver
«Estos evangelios constituyen para nosotros una especie de enseñanza de un nuevo lenguaje. Para aprender un nuevo idioma, hemos de poder referimos a otra anterior. En estos «cuarenta días», el Señor utiliza todavía algunas expresiones del lenguaje antiguo -«Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado» (Jn 20,27); «Muchachos, ¿tenéis algo de comer?» (Jn 21,5; cfr. Lc 24,41-42); «Venid a almorzar» (Jn 21,12)-, camina con los suyos (Lc 24,15) y habla con ellos en arameo (Jn 20,16); etc. Pero lo hace para enseñarles un lenguaje diferente, de forma que abandonen progresivamente el antiguo y, en su lugar, utilicen, el nuevo. (...)
... Los evangelios de la resurrección son una respuesta a las preguntas de la comunidad primitiva: ¿Dónde está el Señor resucitado? ¿Qué hace? ¿Cómo ponerse en contacto con él? Las respuestas son diversas: está en medio de la Iglesia; se le encuentra en la fracción del pan y en la misión confiada a los suyos; camina con los discípulos cuando los ve tristes y abatidos; dirige la pesca de la Iglesia en el mundo; se le ve al octavo día). Todas ellas son otras tantas señales ofrecidas a sus discípulos para orientarse en las encrucijadas del mundo nuevo, donde ya no se ve al Señor con su cuerpo terreno, sino que se le encuentra en cualquier parte, como lo muestra el hecho de que “también se ha aparecido a Simón” (cf. Lc 24,34)»
Francesco Rossi de Gasperis, S.J.,
La roca que nos ha engendrado,
Ed. Sal Térrae, Santander 1996, pág. 170-171.
Itinerario de cinco domingos
La “ausencia” de Jesús es “presencia”. Somos nosotros los “ausentes” que debemos recolocar nuestro modo de vivir, de relacionarnos con la realidad: de nosotros mismos, de quienes viven con nosotros o pasan a nuestro lado, de los acontecimientos cotidianos o extraordinarios que sorprenden nuestra historia.
Para encontrar al resucitado debemos ir a su encuentro allí donde Él quiere encontrarnos, como pequeñas luces que nacen de su vida (cirios que se prenden en EL CIRIO de la Pascua):
Encontrarle EN LOS HERMANOS de la comunidad y del mundo, donde la fraternidad se va realizando (domingo 2º). Encontrarle EN LA MESA COMPARTIDA de la solidaridad y del compartir el pan de la vida como profecía de una nueva sociedad y un nuevo mundo fraternos (domingo 3º). Encontrarle EN LA INTIMIDAD CON JESÚS, EL ÚNICO PASTOR, en la oración, escuchando su voz y aprendiendo a reconocerla (domingo 4º). Encontrarle en los caminos de la vida, reconociendo UN SOLO SEÑOR y MUCHAS MORADAS, donde es necesario discernir para hallar lo que Dios quiere, conociendo y viviendo su misma vida en nuestra vida (domingo 5º). Encontrarle presente como ESPÍRITU: UNA ALIANZA DE AMOR, un amor recibido de Dios y entregado a los demás (domingo 6º).
De esa manera vive ahora el Resucitado, «sentado a la derecha del Padre» y plenamente unido a nosotros compartiendo y prosiguiendo su causa (Ascensión): ABAJAMIENTO Y ASCENSIÓN. Estamos llenos de su Espíritu: el Cirio Pascual se transforma en los pequeños cirios de nuestra vida como templo y presencia histórica del Espíritu Santo (Pentecostés). Estamos vinculados a la vida de comunión que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, vida presente y utopía última del Reino (Trinidad). Esta vinculación se hace realidad progresiva cada día en la comunidad que vive su presencia sacramental (Corpus). La vida del Espíritu, presente en el mundo y nuestros corazones, brota de su corazón solidario con los últimos por su “amor hasta el extremo” (Sagrado Corazón).
Una “puesta en escena”
Podemos instalar un “monumento” cubierto de tela bonita (elegir el color) colocado estéticamente en diferentes zonas planas y a diferentes alturas, todas ellas convergiendo en la parte más alta con el cirio pascual. En cada “escalón” colocaremos una vela que iremos encendiendo en el cirio, una cada domingo, hasta tener las cinco encendidas. Al concluir el domingo de Pentecostés, quitaremos el cirio, pero quedarán encendidas las velas como signo de los diversos lugares donde encontrar al resucitado y que hemos recorrido en estas semanas.

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